lunes, 29 de octubre de 2012

Neo y liberalismo

Juanfra Molineros

Dos grandes conceptos que giran en torno a un eje concéntrico contradictorio para nuestros pueblos: la descolonización, como objeto primordial de la filosofía en la praxis latinoamericana.
El liberalismo, en su más sencilla expresión y conceptuación puede entenderse como ese carácter de libertad estructural que, según creo, todo ser humano busca, no sin establecer regulaciones claras para una convivencia mínima, es decir, con leyes que todos respeten. Sin embargo, no es un movimiento que haya surgido en nuestros pueblos al igual que el Neoliberalismo[1]. El liberalismo, según comprendo es esa búsqueda constante de las libertades individuales que desde Europa ya se matizaban como una libertad de tantas estructuras que oprimían o muchas veces hasta asfixiaban la libre acción individual, digamos pues, el gobierno/monarquía e incluso la Iglesia.
Con lo anterior entonces, se creó una base doctrinal para lo que entenderemos como Neoliberalismo.  Un Neoliberalismo ya no en vistas de las libertades del individuo sino ya involucrando el mercado, un mercado que quiere hacerse “libre” de una forma nueva, incluso con los riesgos propios de nuestro contexto muy violentado.  Ciertamente como el anterior –Liberalismo–  “no tuvo origen en América Latina[2]”, pero sí generó una perspectiva histórica que ha marcado el desarrollo de nuestros pueblos, porque al igual que el positivismo, esta tendencia fue importada acríticamente. Y tal como manifestaba ya en un anterior ensayo, nuestra realidad no corresponde a la realidad en la cual surgieron ambas tendencias, pues en Latinoamérica estamos imbuidos en una realidad de pobreza, opresión, violencia y narcotráfico consecuencia directa o indirecta de estos movimientos de corte europeo primermundista.
El Neoliberalismo propone un “libre mercado” en donde todos deberían tener las mismas capacidades y oportunidades, en donde el mercado es sujeto de la liberación del poder Estatal y con ello, involucra indiscriminadamente todos los factores de producción en un sistema de progreso y realización económica. ¡Mentira!, la praxis logra el fin que se plantea, pero con todo un planteamiento maquiavélico: “El fin justifica los medios”, y en América Latina es lo que genera los nuevos estados de colonización intranacionales.
Aquí es donde quisiera hacer el primer matiz respecto al texto de Nelson Maldonado y su giro descolonizador[3]. Porque ya no debemos entender la descolonización como el mero acto de ser independientes –dirá Maldonado–, sino en efecto ser libres en el carácter individual/personal e interdependientes[4] en la perspectiva de la mundialización, no entendida como una globalización que responde al capitalismo y al consumismo, sino como nuevo sistema de valores enfocado a combatir desde nuestra realidad la creciente ambivalencia[5] que hace a los ricos más ricos y a los pobres una civilización en proceso de exterminio, fruto del crecimiento desigual[6].
¡Descolonicémonos! Este es el reto de América Latina, pero un reto rayando en la utopía, porque es necesario superar estructuras e ideologías que son las nuevas formas de colonización y opresión para nuestros pueblos. Hubo revoluciones en nuestros pueblos que intentaron repensarnos, reestructurarnos, ponernos en marcha, pero lamentablemente quedaron en eso: una idea Revolucionaria que sólo es un evento que recordamos en tal fecha como el momento de un cambio pero que no genera una interpelación y un compromiso de liberación.
La hegemonía es un término muy afortunado para hacer referencia a este movimiento propio del Siglo XIX, sobre todo por la defensa tenaz de la propiedad privada, del derecho individual/individualismo y el crecimiento del mercado como forma de progreso de los pueblos.
Ese individualismo es el que genera sobre todo el capitalismo salvaje –permítaseme usar ese término de la Doctrina Social de la Iglesia–, en donde hoy América Latina ya no es colonia española, ni algún otro país es colonia europea, sino somos todos la nueva colonia del sistema económico de occidente y su mayor representante, los Estados Unidos de Norte América, puesto que con esta tensión económica y sus intentos por establecer una libre competencia de mercado, nos involucran en un sistema que nos arrastra y nos empobrece, y es ahí donde quedamos imposibilitados en progresar ya que nuestras condiciones ya vulneradas son completamente sometidas al capital extranjero y a sus decisiones especulativas.  
El giro descolonizador supondría entonces una interdependencia de naciones, interdependencia del ente social con todo y sus estratos arbitrarios en la distribución de riqueza, más o menos en la perspectiva de la interdependencia de las ciencias que propone Dilthey[7] en la conceptuación de la realidad histórica-social en las ciencias del espíritu y su carácter de totalización en función de lograr integrar las acciones tanto internas y las externas del ser histórico y su liberación. Esta interdependencia que lograría la integración básica para un mercado propositivo e incluyente, que maneje los marcos referenciales propios de nuestra realidad y no los marcos teóricos de Europa, que de más está decir no son los nuestros.
Nuestra verdadera descolonización será fruto de una propuesta ética, como la de Dussel, en donde el vértice de liberación se da en el “otro”, este “otro” que es pobre y es víctima, y desde ahí la ética reconstruye una realidad desde las víctimas de los sistemas opresores.
Liberalismo, Neoliberalismo y Descolonización. Tres perspectivas de libertad, dos pensadas en una realidad contextual de progreso, una –la última– pensada en una realidad que apenas busca sobrevivir, porque sus condiciones no le permiten ya pensar en un progreso, sino más bien en su continua búsqueda de liberación. Una verdadera liberación del colonialismo ya permanente en nuestras tierras desde hace más de cinco siglos.


[1] Cf. Texto Neo y Liberalismo. Pág. 261.
[2] Ibíd.
[3] Maldonado, N. “Pensamiento filosófico del giro “descolonizador”.
[4] Ibíd. Pág. 686
[5] Cf. Pablo PP VI (1967) “Populorum Progressio” -
[6] Maldonado, N. Ibídem. Pág 262.
[7] Dilthey, W (1980) “Introducción a las ciencias del espíritu” Madrid: Alianza. 

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