martes, 2 de octubre de 2012

“LA FILOSOFIA DEL BARROCO”


Juanfra Molineros

He de partir de un punto justificativo para el desarrollo de este ensayo, a decir que, toda filosofía debe estar encuadrada en un momento histórico y contextual. Este encuadre no es una camisa de fuerza ni tampoco un determinante para el quehacer filosófico, pero sí un instrumental que, al servir de marco filosófico nos aclara las situaciones por las que se da un paso –sea éste hacia adelante o hacia atrás– en el desarrollo mismo de un pensar filosófico enclavado en una determinada realidad y momento de la historia.
Es así, que al abordar “La filosofía del barroco” desde la perspectiva de Samuel Arriarán[1] se ha de hacer el acercamiento quitando como bien dice Arriarán, el determinante clásico de limitar “lo barroco” al arte. Puesto que no es ya un concepto que pueda reducirse como tal a la expresión artística, sino más bien, como subrayará el autor “expresa una indicación de la historia de la cultura, es decir, un comportamiento cultural de toda una época”[2]
Se propone pues, una definición que amplía el significado a todos los aspectos de una cultura y nos remite a un momento histórico desde una perspectiva ya no tan limitada sino extendida sobre una situación con contexto y realidad en un pueblo. Hecho este preámbulo, cabe entonces muy bien la pregunta “¿cuáles son las relaciones del barroco histórico con la sociedad de su tiempo?”[3].
Definitivamente el matiz ha de dividirse, dos son los grandes remitentes para este estudio: el barroco europeo y sólo después el barroco de América Latina. En el primero de los casos, el barroco es entendido “no sólo como un nuevo estilo artístico sino como el comportamiento social y cultural de una época determinada, (…) un nuevo espíritu de negación de valores de la primera modernidad renacentista”[4] Y es aquí donde encuentro la primera situación de las implicaciones sociales, por ejemplo, en las pinturas religiosas –como el ejemplo que el autor nos propone– ya no se remiten al valor religioso que éstas puedan tener, sino la belleza, la estética y el resaltar todo aquello privado de de importancia y negando todo aquello que pudo tener culto obsesivo –como lo fue la religión o bien lo humano en el contexto renacentista–. Puedo decir entonces que este “fenómeno” –así lo califico– fue un salto de la ontología en cuanto ser subjetivo –giro copernicano propio de la Ilustración– hacia un valor de “la cosa”, del objeto, en la medida que en lo insignificante se encontraba el valor que “el barroco” le imprimía desde su tensión inquietante y perturbadora, desde esa desarmonía y ansiedad[5] propias de esta filosofía. Y de esto parte el barroco en América Latina, no comprendido como ya lo esbocé en el principio, únicamente desde un principio artístico, sino más bien cultural, que incluye en esta particular zona geográfica, un discurso crítico análogo a la ciencia que se convierte en una metáfora que como dice Arriarán, es totalizante.
Tres puntos considero importantes que quisiera proponer a la “metáfora totalizante” como síntesis propia.
1.      La concepción del sujeto en términos racionalistas[6]. En efecto esta perspectiva abarca el concepto de belleza, desde la impresión propia del logos poético, que ya no está limitado en la esencia y la metafísica propia del ser, sino en su belleza, en su estética, en esa poesía de la existencia-pensamiento. El mestizaje lo ha hecho posible, no nos limitamos entonces a la Europa con su ilustración o su barroco, sino en América hay también un proceso de “paradigma modelador” en la modernidad estética.
2.      Un universo móvil y descentrado[7]. El saber ya no se ensimisma, sino se abre, se rompe, es como un dinamismo con una estructura sistemática que genera un caos ordenado –así lo quiero definir–, puesto que el ya no estar en la homogeneidad da cabida a la pluralidad. Este descentramiento ya no mira entonces al ser en cuanto tal, sino al “estar” de ese ser, en un marco histórico, cultural, de pensamiento y que el mestizaje hace un gran giro propicio para su desarrollo propio, con los matices característicos de América Latina.
3.    La posmodernidad y su relación con el ethos barroco[8]. Si la posmodernidad es una conjunción de la cultura, la sociedad, el hombre y obviamente su compleja estructura de ser en busca de la verdad, la realidad estética tiene un papel importante junto con el ethos que propone un sentido más incluyente de nuestras características naturales, es decir, una relación necesaria entre el progreso mismo con el tiempo histórico que se vive, la cultura que predomina y la situación a veces desventajosa que el logos medieval que propone al ser propio de los antiguos. La posmodernidad desenvuelve un sentido más práctico frente a lo santo, a lo sagrado, y es ahí donde el ethos vuelve a retomar sus particularidades para repercutir en la estética moderna y hace una relación-conjunción en los pueblos de América Latina, en donde lo barroco no se encuentra más que en las fiestas populares, en su religión de calle, en su ser en el espacio, tiempo y religión.


[1] Arriarán, S. (-). La Filosofía del Barroco. Fotocopias proporcionadas para la clase sin más referencia.
[2] Ibíd. Pág. 97 – Columna I
[3] Ibíd. Pág. 97 – Columna II
[4] Ibíd. Pág. 98 – Columna I
[5] Ibíd. Pág. 98 – Columna I
[6] Ibíd. Pág. 99 – Columna I
[7] Ibíd. Pág. 99 – Columna II
[8] Ibíd. Pág. 100 – Columna II

1 comentario:

  1. N.B. Las referencias completas de todos los textos leídos y comentados en clase están en el programa: http://pensla.blogspot.com/2012/07/programa.html

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