Por Carlos Gregorio López Bernal
Publicado el 27 de Septiembre de 2012, en El faro, El Salvador (http://elfaro.net/es/201209/opinion/9773/)
En general, para quienes nos dedicamos a
la investigación y la enseñanza de la historia, las fiestas de la
independencia son un tanto deprimentes. Hace rato que nuestras
celebraciones de la independencia se anquilosaron, convirtiéndose en
ocasión para desempolvar narrativas cívicas que celebran el idealismo y
disposición al sacrificio de los próceres, dispuestos a todo por liberar
al pueblo oprimido por la monarquía española. Por otro lado, predomina
en las fiestas una dimensión acústica-visual, cuyo mayor valor es
permitirle a las masas populares un divertimento a base de bandas
musicales, “cachiporristas”, y destrezas castrenses que se despliegan en
varias cuadras de desfiles que culminan en el Estadio Nacional.
En consonancia con tal ambiente, algunos
medios de comunicación invitan a conocedores de la historia para que en
diez minutos expliquen a la población “todo” lo relacionado con el
proceso de independencia, pasando por la anexión al imperio de Iturbide,
el proyecto federal, la constitución del Estado salvadoreño, etc.
Algunos incluso preguntan por la relación entre la independencia y la
recién pasada guerra civil. Es una experiencia realmente interesante, en
la cual solo hay dos opciones: regirse por el sentido común y decir
generalidades intrascendentes, o sucumbir a la tentación de aprovechar
la ocasión para demostrar cuánto se sabe y que la audiencia ignora,
asumiendo desde luego que lo uno está en relación inversamente
proporcional con lo otro.
Como los tiempos han cambiado desde 2009,
para algunos es imperativo que la historia también cambie. Se sienten
absolutamente incómodos con la narrativa independentista tradicional —
sensación que comparto en buena medida —, y reivindican una
interpretación novedosa y revolucionaria, que demostraría con cuanta
alevosía, premeditación y ventaja, las clases dominantes de principios
del siglo XIX, obstaculizaron y desnaturalizaron las demandas
libertarias del pueblo, y pasado el tiempo, escribieron o mandaron a
escribir una “historia oficial” para legitimar su dominación hasta la
actualidad. Es decir, no hubo tal independencia. Hay que reconocer que
la propuesta tiene su atractivo y puede ser mediáticamente redituable.
Eso es justamente lo que ha acontecido en
las últimas semanas con algunas declaraciones y publicaciones del
“culturólogo” Marvin Aguilar. De repente comenzaron a circular en la
radio y la web entrevistas o comentarios suyos que fueron acogidos
incluso en el portal de “Transparencia activa”. Incluso se habla de un
documental titulado “Gritocidio” que vendría a mostrar lo que
realmente pasó el 5 de noviembre de 1811. Aguilar cuestiona el
significado del acta de independencia del 15 de septiembre de 1821,
documento que obviamente no se presta para demostrar un clara voluntad
independentista de los firmantes; por el contrario denota sus dudas,
ambigüedades y poca claridad sobre el futuro a seguir. En consecuencia,
Aguilar afirma que la verdadera fecha de la independencia sería la
constitución del Estado del Salvador en 1824, que afirmaría tajantemente
la independencia de España, México o cualquier otra potencia. En la
misma línea, Aguilar despotrica contra los próceres José Matías Delgado y
Manuel José Arce a quienes acusa de “traidores” por el papel mediador
que jugaron en los eventos de 1811 y 14 y exalta el papel revolucionario
del afro descendiente Pedro Pablo Castillo. Concluye que la
independencia favoreció principalmente a los “criollos”, que eran la
clase dominante de la época, y que no favoreció al pueblo.
Independientemente de la validez o no del
enfoque, a todas luces discutible y tan cuestionable como la
interpretación patriótica convencional, lo que realmente preocupa es el
tono de “novedad” que diferentes medios le han dado a esta tesis;
pareciera que es algo llamado a “revolucionar” nuestra historia.
Nada que ver. La discusión sobre la
“verdadera fecha de la independencia” data de la década de 1920, y tuvo
entre sus principales protagonistas a intelectuales de la talla de
Alberto Luna, Jorge Lardé, Manuel Castro Ramírez y Sarbelio Navarrete
entre otros. Luna y Lardé cuestionaban el valor del acta de 15 de
septiembre de 1821 y demandaban rescatar la del 1 de julio de 1823,
expedida poco después de la salida de las fuerzas de Vicente Filísola,
luego de la caída de Agustín de Iturbide en México. Esta establecía sin
ambigüedad alguna la independencia de España, México y cualquier otra
potencia. Ese fue un debate realmente interesante, y si bien no se
cambió la fecha de celebración de la independencia, sí se logró que la
Asamblea Nacional diera un decreto declarando el 1 de julio como fiesta
nacional, la cual se celebró por algunos años y luego cayó en desuso. Lo
que Aguilar presenta como novedoso salió a luz pública hace más de 85
años.
Más discutible es la interpretación de la
independencia que propone Aguilar. En realidad, esta fue elaborada a
mediados de la década de 1960 por importantes intelectuales de
izquierda, entre los que destacan Alejandro Dagoberto Marroquín, Jorge
Arias Gómez y Roque Dalton. El pionero fue Marroquín, cuyo texto “Apreciación sociológica de la independencia”
(1964), revolucionó el panorama historiográfico salvadoreño y generó
agrias críticas por parte de los que defendían la interpretación
patriótica tradicional.
La reacción contra Marroquín tenía dos
causas; primera, él hacía un cuestionamiento de índole teórico
metodológico que ponía en duda la manera cómo hasta entonces se había
escrito la historia en El Salvador. Para Marroquín, era necesario
superar la narrativa convencional que se limitaba a narrar sin
interpretar y que a menudo recurría en demasía “al pensamiento
imaginativo y casi poético”, alusión obvia a la obra de Francisco
Gavidia y de otros. La segunda causa de rechazo estaba relacionada no
tanto con la investigación, sino con la interpretación. Visto a la
distancia el problema puede hoy parecer intrascendente; en su momento no
lo fue. Marroquín había cambiado el enfoque analítico del proceso de
independencia. En vez de centrarse en los próceres y en sus ideales de
libertad, fraternidad y democracia, como hasta entonces se había hecho,
lo abordó desde la lucha de clases y los intereses económicos
subyacentes en la elite provincial sansalvadoreña.
Marroquín señalaba además que en el proceso
independentista hubo otros actores e intereses —mestizos e indígenas —
que fueron subordinados por los criollos. En suma, los ideales
libertarios de los próceres dejaban de ser “el motor de la historia
independentista” y cedían el espacio a los intereses de clase,
expresados en repetidas movilizaciones sociales. En consecuencia, la
independencia pasaba a ser una cuestión de cálculo económico y político.
La misma línea interpretativa se encuentra en los trabajos de Jorge
Arias Gómez, especialmente en su interesante estudio sobre la rebelión
indígena liderada por Anastasio Aquino. Roque Dalton también trabajó el
tema; de hecho fue el que más impactó, sobre todo porque su estilo
iconoclasta e irreverente hacía sus textos más atractivos para los
lectores.
No entraré a discutir la validez
historiográfica de tal interpretación. Basta señalar que en su momento
significó un avance importante. En la actualidad es cuando menos
discutible, por una sencilla razón: se fundamenta en un marco teórico
marxista, aparentemente sólido, pero tiene muy poca fundamentación
empírica; es decir, carece de fuentes que demuestren sólidamente lo
afirmado. Pero insisto, en su momento fue un avance significativo.
Pregunto entonces, ¿cuál es la novedad y
sobre todo el aporte que Marvin Aguilar hace a esta línea de
interpretación sobre la independencia? Absolutamente nada; todo lo que
afirma, sin dar los créditos debidos, fue planteado hace casi cincuenta
años por Marroquín en un contexto político y académico totalmente
adverso, cuando afirmar tales cosas era realmente audaz. ¿Es válido que
hoy, 2012, se siga repitiendo lo mismo, y además sin reconocer la
verdadera autoría? Me parece que no, pero ese es un problema de ética
profesional.
Más preocupante es el eco que las
intervenciones de Aguilar han tenido en los medios. Reflejan cuánto se
desconoce, no solo la historia más académica producida en los últimos
cuarenta años, sino aquella, en su momento “revolucionaria”, escrita en
las décadas de 1960 y 70, por los más brillantes intelectuales de
izquierda que este país ha tenido.
Bibliografía
Arias Gómez, Jorge. "Anastasio Aquino, Recuerdo, Valoración y Presencia." Revista La Universidad, no. 1-2 (1964): 61-112.
Autores varios, Estudios históricos. 1a ed, Biblioteca Universitaria. San Salvador: Imprenta Nacional, 1941. (Contiene las conferencias de la década de 1920 sobre la "verdadera fecha de la independencia").
Dalton, Roque. El Salvador monografía. 1a ed, Colección Debates. San Salvador: UCA Editores, 1989.
Dalton, Roque. Las historias prohibidas del pulgarcito. México: Siglo XXI, 1974.
Marroquín, Alejandro Dagoberto. Apreciación sociológica de la independencia salvadoreña. 2a ed. San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos, 2000.
Autores varios, Estudios históricos. 1a ed, Biblioteca Universitaria. San Salvador: Imprenta Nacional, 1941. (Contiene las conferencias de la década de 1920 sobre la "verdadera fecha de la independencia").
Dalton, Roque. El Salvador monografía. 1a ed, Colección Debates. San Salvador: UCA Editores, 1989.
Dalton, Roque. Las historias prohibidas del pulgarcito. México: Siglo XXI, 1974.
Marroquín, Alejandro Dagoberto. Apreciación sociológica de la independencia salvadoreña. 2a ed. San Salvador: Dirección de Publicaciones e Impresos, 2000.
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